Las casas de los jóvenes están a punto de derrumbarse, son covachas sostenidas apenas por un clavo chueco mal clavado, las paredes son chanchas de guadua humedecidas y el techo son hojas oxidadas de zinc y destruidas por la lluvia, la sal, el tiempo y el sol.
La isla donde viven es exuberante, llena de manglares, ceibos, palmas peinadas por el viento, playas de arena, aves propias del trópico ecuatorial, y bañada por las aguas del río que baja directamente del Chimborazo y que llega hasta sus orillas.
El calor tropical penetra y curte la piel hasta envejecerla. Podría ser esta isla un paraíso, pero la pobreza arrasa con todo. Lo que era antes el hogar de un pueblo rico en cultura, se convirtió hoy en un refugio de pandillas, armas, mini uzis israelitas, sustancias adictivas y mucha maldad.
La policía ingresa en un operativo, detiene a los jóvenes, los pies de los detenidos están sucios por la arena, las sandalias rojas se ven blanqueadas por el sol intenso. Una cruz de acero inoxidable cuelga del cuello de uno de los jóvenes. Muchos le rezan al dios equivocado. Los detenidos se parecen físicamente, tienen las cabezas pintadas de rubio y yacen en el suelo rodeados de los pertrechos confiscados, cascos y fusiles M-16.
En la isla ahora hay más armas, drogas, motocicletas que especies de aves endémicas. Y hay demasiados plásticos que llegan desde la inmensa ciudad, Y hay cabras por todos lados.
Las lanchas se deslizan rápido por el agua en especial en la madrugada, hora ideal para cruzar de la ciudad hasta la isla y viceversa, transportando todo lo ilegal, en media hora ya se llega desde el continente.
Es la exuberante Isla de Puná, cuna de la biodiversidad marina y capital del abandono estatal, he aquí el origen del mal, de la falta de oportunidades y de justicia social, mientras tanto las lanchas seguirán al amanecer llevando mini uzis, sustancias ilegales, esperanza para unos, terror para otros y maldad para todos.
Mucha maldad para todos.
D.E.
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