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Desde siempre he tenido una fascinación por las dualidades. Tal vez porque, en el fondo, siempre supe que mi existencia no era completamente terrenal. Así, el nombre artístico que me acompaña no es una elección casual. Fue decidido por una pareja de extraterrestres, seres cuya existencia desafía todo lo que creemos saber sobre el universo y nuestras propias vidas. Hay mundos paralelos que la mayoría desconocen.
Esta es la historia de cómo llegaron a formar parte de mi familia.
Era una noche tranquila en el pequeño pueblo donde crecí. El cielo esa noche estaba completamente despejado y me permitían ver una miríada de estrellas mientras la luna iluminaba con su tenue resplandor las calles vacías. Yo caminaba de regreso a casa tras una larga jornada de trabajo cuando, de repente, una luz cegadora invadió el cielo. Antes de darme cuenta, una fuerza invisible me elevaba hacia una nave que parecía desafiar las leyes de la física.
Dentro de la nave, me encontré frente a frente con una pareja de extraterrestres. Sus figuras eran etéreas, casi translúcidas, y sus ojos irradiaban una sabiduría infinita. Aunque su apariencia era ajena y algo perturbadora, había algo innegablemente acogedor en su presencia. Increíblemente no tenía miedo, me inspiraban confianza y me hacían sentir seguro y un calor intenso en el corazón.
—Te hemos estado observando —dijo uno de ellos, su voz resonó en mi mente más que en mis oídos—. Hemos visto tu lucha interna, tu búsqueda de identidad, tus desafíos y tus ganas de mejorar.
Fue entonces cuando me revelaron el nombre artístico que debía adoptar. Dijeron que reflejaba mi esencia dual, un equilibrio entre lo terrenal y lo cósmico. Acepté su propuesta, sintiendo una conexión inexplicable con esos seres y su comprensión profunda de mi ser. Me sentía protegido y al mismo tiempo sentía que alguien finalmente se preocupaba por mí.
La dualidad en mi vida no se limitaba solo al nombre. Mi cabeza, metafóricamente, estaba en mis pies. Siempre veía el mundo desde una perspectiva diferente, a ras del suelo, en constante contacto con la realidad más básica y fundamental. Este enfoque me permitía una visión única, una comprensión profunda de los detalles que otros pasaban por alto. En algún lugar escuche a alguien decir piensas con los pies, pero lo dijeron de manera despectiva, cuando en realidad significa pensar con los pies en la tierra.
Pero lo más extraño de todo era mi cola reptiliana, una herencia genética de mis ancestros cósmicos. Esta cola, aunque a menudo me causaba incomodidad, se convirtió en un símbolo de mi linaje extraterrestre, un recordatorio constante de que no era del todo humano. Nadie lo sabía de ella, a nadie le había contado y claro no estaba en venta, ni física ni metafóricamente, pues representaba una parte esencial de mi identidad.
Esa visita tan extraña, es anoche tan increíble, ese encuentro tan inolvidable, luego de mucho, mucho tiempo entendí que se trataba de mis padres extraterrestres y claro fue un proceso de aprendizaje continuo. Me enseñaron a ver más allá de las apariencias y a comprender las dualidades en todas sus formas. Descubrí que cada ser humano tiene algo de extraterrestre en su interior, una parte que no pertenece del todo a este mundo. Mi cola, por ejemplo, era solo una manifestación física de esa dualidad. Pero hay en mucha gente un sentimiento de no pertenecer a ningún lado, un sentimiento de querer huir de su lugar de residencia, un sentimiento de incomodidad, yo sé que muchos lo tienen y eso significa una sola cosa, que una parte nuestra no pertenece a este mundo.
Después de esa noche con mis padres, exploramos los confines del universo, viajamos a planetas lejanos y me explicaron sobre civilizaciones antiguas, pero en esos días también me enseñaron a canalizar mi energía reptiliana, convirtiéndola en una fuente de poder y creatividad. Aprendí a mover mi cola, a no tener vergüenza de quién soy, aprendí a sentirme bien con mi cola, aprendía a bailar con mi cola, a utilizarla en mis actuaciones, y pronto se convirtió en una parte integral de mi identidad, una parte que ya no debía esconder, que poco debía importarme lo que la gente opine de ella, que debía sentir orgullo de mis orígenes y de quién era.
Mi vida se convirtió en un constante juego de equilibrio entre lo humano y lo extraterrestre. En el escenario, la dualidad se manifestaba en mi arte: un ser con una apariencia humana, pero con movimientos y habilidades que desafiaban las expectativas terrenales. Mi cola no solo era un accesorio, sino una extensión de mi ser, una herramienta de expresión que me conectaba con mis raíces cósmicas, aunque todos creían que era un traje especial para mis presentaciones, una cola tan real que llamaba la atención de todos, pero fue mi cola de la que me avergonzaba, la que impulsó mi carrera de actuación, mi impulso al arte, mi impulso a una tarima con público.
Hoy, cuando subo al escenario bajo el nombre que mis padres extraterrestres me dieron, siento que estoy llevando a cabo una misión. No solo es una forma de expresar mi arte, sino también de compartir la sabiduría que ellos me transmitieron. Hablo de dualidades porque representan la esencia de mi existencia y la de muchos otros que, como yo, viven entre dos mundos. Todos vivimos en una dualidad permanente.
La dualidad está en todas partes: en el equilibrio entre la razón y la emoción, entre el día y la noche, el bien y el mal, lo frío y lo cliente, cari y warmi, fuego y agua, femenino, masculino, vida y muerte, entre lo conocido y lo desconocido. Mi vida y mi arte son un reflejo de esa tensión constante, de la lucha por encontrar armonía entre dos realidades. Mi nombre artístico, mi cola reptiliana, mi cabeza en los pies, todo ello es una declaración de mi naturaleza dual.
Y así, cada actuación que hago en el destartalado pero funcional Teatro Amazonas de mi ciudad es un tributo a mis padres extraterrestres y a la complejidad de la existencia misma. En el escenario, la dualidad se convierte en una danza, en un espectáculo increíble, en un juego lleno de luces, de diálogos desafiantes, conmovedores y de actuaciones que hacen reír sin parar con la misma fuerza que hace llorar, una obra que invita a la audiencia a cuestionar sus propias percepciones y a descubrir la dualidad que yace dentro de ellos mismos. Dualidad de la cual no podemos escapar por que todos, aunque no lo sepan están divididos por la mitad, la una mitad llena de bondad y la otra de maldad. Es inevitable somos eso y yo lo entendí gracias a una noche llena de estrellas y a mis padres reptilianos.
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